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Archivos diarios: 22 marzo, 2014

LA RELIGIÓN CRISTIANA NO ES UN OPIO PARA LA HUMANIDAD

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Introducción

La Iglesia católica como sociedad humana y divina fue establecida por Jesucristo para realizar a través de ella, la obra de salvación de los hombres hasta la consumación de los tiempos, tiene como primera función de esta hora salvífica la de enseñar “id por todo el mundo y proclamad la buena nueva id y hace discípulos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo[1]. Por tanto, la Iglesia católica es un proyecto inteligente que busca dar respuesta a la necesidad humana y espiritual del ser humano. “además, ayuda a la verdadera felicidad del hombre”[2]. El manifiesto comunista aunque tiene un propósito justo en el sentido de que todos los hombres son iguales, olvida  que el hombre tiene una dimensión espiritual; pensando que es una maquina o una herramienta de trabajo cuyo objetivo para él es sólo el producir. No podemos olvidar que la persona humana es un ser integral, una totalidad, que está en un constante hacerse.

Desarrollo

Marx se equivocó al leer la realidad con unas gafas mal graduadas, que le produjeron el miope efecto de tomar la parte por el todo. La religión no es el opio del pueblo, aunque más de una vez haya sido utilizada o malvivida como tal. Muy al contrario, no existe fuerza mayor para comprometer la vida de las personas con el bien de sus semejantes que la sana religión, la fe en un Dios que da sentido, dirección, dignidad y responsabilidad eterna a la existencia. Mandando a pastar a Nietzsche, que se atrevió a decir que eso de amar al prójimo es la crueldad más terrible jamás pronunciada, no cabe duda de que el amor incondicional proclamado y posibilitado por Jesucristo, pese a las deficiencias de los que intentamos vivirlo, ha generado los mejores logros humanos de nuestra civilización.

No entendemos cómo el marxismo calificó la religión como “opio del pueblo”, alegando que la  promesa de un “más allá” con premio incluido para los sumisos conduce a la gente a desentenderse del “más acá” y a someterse sin protestar al alienante dominio de las “clases opresoras”. Es extraño que el filósofo alemán Karl Marx, que nació en una familia numerosa judía, descendiente de una larga saga de rabinos, mostrase tanta incultura religiosa. Sin embargo, la religión, el más potente elemento cultural conocido por la Humanidad, fue una de las primeras realidades en sufrir la crítica marxista. A través del cristal monocromo de la “lucha de clases”, fue calificada como otro instrumento de alienación de los proletarios en manos de los poderosos.

Por lo cual, con Edward Schillbeeckx  afirmamos que la religión no es opio del pueblo, porque las “Religiones e Iglesias son la anánesis, o sea el recuerdo vivo entre nosotros de esta universal “silenciosa” pero efectiva voluntad salvífica y presencia salvadora absoluta de Dios en nuestra historia mundana.

 Las religiones (sinagogas y pagodas, mezquitas e iglesias) impide, gracias a su palabra religiosa, su sacramento o ritual y su praxis de vida, que la presencia universal salvífica caiga en el olvido”[3]. Ellas acompañan al hombre en su proceso de maduración y humanización.

En cuanto  a la Iglesia católica, ella,  “cree que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma además la Iglesia que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre. El Concilio habla a todos para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época”[4]. La Iglesia a la luz de la Revelación responde a los interrogantes del hombre de hoy no para “alienarlo” sino para ayudarle a encontrar sentido a su existencia y su compromiso de humanización y liberación en el mundo.

Para terminar hay que notar que “El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Pues, la Iglesia sabe que “Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad”[5] a quien hay que acompañar en su proceso de liberación y humanización a la luz del evangelio y de la experiencia humana.

Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo”[6]. En efecto, el hecho de que la transformación a que asiste nuestro continente alcance con su impacto la totalidad del hombre se presenta como un signo y una exigencia.

No podemos los cristianos, dejar de presentir la presencia de Dios, que quiere salvar al hombre entero. Dios ha resucitado a Cristo y, por consiguiente, a todos los que creen en él. Cristo, activamente presente en nuestra historia, anticipa su gesto escatológico no sólo en el anhelo impaciente del hombre por su total redención, sino también en aquellas conquistas que, como signos pronosticadores, va logrando el hombre a través de una actividad realizada en el amor[7]. Valor trascendental sin el cual es difícil concebir al hombre de hoy vale por lo que es no por lo que produce.

Por tanto, “la Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta se encuentra en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, o a un «elemento anónimo de la ciudad humana». En este sentido, escribía San Ireneo: «La gloria del hombre es Dios, pero el receptáculo de toda acción de Dios, de su sabiduría, de su poder, es el hombre»[8].  “Todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una mayor fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque los progreso pueden ciertamente dar materiales para la promoción humana, pero no son capaces de hacer por sí solos que la esa promoción humana se convierta en realidad”[9]. Por lo cual, los valores del Reino hacen que la humanidad  avance en su proceso de humanización que implica el pasado,  presente para intuir el futuro del hombre que conoce  ama y trasciende la vida, la sociedad y su religión.

Realizado por:

 Álvaro Amaya

Didier Obeymar Montenegro.

 

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[1] Concilio Vaticano II, Constitución pastoral, GAUDIUM ET SPES,  Sobre la iglesia en el mundo actual. N 07.

[2] Ibíd. N 37.

[3] Schillbeeckx, Edward. “Fuera del Mundo no hay Salvación” en: “Los hombres relatos de Dios”. Salamanca: ediciones Sígueme; 1990. 29 –41.

[4] Constitución pastoral, Gaudium et Spes, sobre la iglesia en el mundo N 10

[5] Constitución pastoral, Gaudium et Spes, sobre la iglesia en el mundo actual N 03.

[6] ibíd. n 35

[7] Documentos  de Medellín,  II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano 1968, N 05.

[8] Documento de Puebla, III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. 1979.  N 19.

[9] . Constitución pastoral, Gaudium et Spes, sobre la iglesia en el mundo actual. N 35.